
DEDICADO A TODOS MIS COMPAÑEROS DEL GRUPO DE ESCRITORES LIBRES DE LA UNIVERSIDAD POPULAR DE ZARAGOZA Y EN ESPECIAL A LOS QUE NO PUDIERON VENIR A LA CUCHIPANDA DEL VEINTIDÓS DE DICIEMBRE EN EL PANTAGRUEL DE LA CALLE HEROÍSMO
Debo anotar que no se me olvide llamar a José Luis si quiero comprar vino “Protos”, que sabe callarse a tiempo cuando los taberneros no se acuerdan del precio que pagaron, y lo venden regalado. O si necesito consejo para un vestido dorado y complementos en rojo. En caso de que alguien me invitase alguna vez a una fiesta de ese tipo, claro. ¿Mejor rojo con complementos dorados?. Va a ser ninguno, que esos dos colores juntos no me van a quedar bien. Lo que tengo que hacer es no meter en el bolso el libro que me ha prestado Felipe, porque aunque no me importe que los míos se desmochen, y siempre se desmochan en las puntas con el roce de las otras cosas que llevo sueltas, no se lo puedo devolver en malas condiciones.
Aquí estoy, de cuchipanda con mis escritores favoritos, una botella de vino y sendos platos de morcilla y jamón delante. La morcilla me acelera la gula. Me la zamparía toda yo sola, con esa avidez que me caracteriza y que pocos conocen, pero igual se levantaba mi abuela de la tumba para echarme un rapapolvo. Al segundo trago se me trabará la lengua, seguro. Debería hacer como Pilar, que bebe cerveza sin alcohol. Pero no puedo resistirme a una copa. De todos modos, creo que ya he salido ebria de la Universidad popular, como siempre. Las reuniones del taller de escritura me dejan algo mareada, y tan satisfecha como las cenas de Nochebuena, pero sin esa sensación de “ya no puedo más y mañana tendré dolores de parto”. Es más como un momento, nada volátil, de felicidad. La felicidad de estar haciendo lo que me gusta con gente que me gusta. Como el puntito justo de borrachera. Una copa de vino, dos a lo sumo. Aunque seguro que cae la tercera.
Pocas veces nos hemos juntado todos. Hoy ha venido también Rakel, que se ha descolgado porque ha vuelto a estudiar, pero algunos faltan que echo de menos. La familia ha crecido, y más que debería crecer, arropada y protegida por el gusto a las palabras. Pocas historias de taberna tenemos todavía, pero en esta, Pantagruel, tendré que inspirarme para escribir algo. Dicen que Francois Rabelais escribió las historias de ese gigante de voraz apetito con la intención de distraer a sus enfermos melancólicos. El humor es curativo. Y curativa la compañía de José Luis, Pilar, Rakel, Felipe, Aurelio, José y Federico, con los que brindo, no por la Navidad como hacen ellos, sino por la compañía, por la rivalidad cordial, por los festines de cuentos, por la pasión de escribir y por las excentricidades de cada uno. Una pena que cuando se juntan tantos no puedo hablar con todos. Aún así, la sonrisa me va a durar días.
APOLONIA