Nunca se olvida el arte de tejer mundos en las estrellas,
de tener la luna dentro de la cabeza...
y en mi cabecita siempre hay luna llena...

miércoles, 30 de noviembre de 2011

RADIONOVELA INTERACTIVA DE LA ENREDADERA CAPÍTULO 6

¡Ya está aquí el sexto episodio!
¡y nos estamos empezando a poner algo espesitos con los fachas...!, jejeje.

En “La J15MJ: el amor no entiende de clases”, el debate, la pasión, los enredos, el facherío y ¡sobre todo el facherío! se encontraron a partes iguales. ¡Ayudanos con el guión o anímate a ser uno de los actores!

¡¡A tí, que nos escuchas y lees te toca poner un comentario para decirnos cómo quieres que siga esta historia!! ¡Cualquier aportación será bien recibida! En una semana, cogeremos todas las sugerencias y elaboraremos el 6º episodio. Ya sabes, en la web de la enredadera nos puedes dejar tus ideas.

Si pinchas en la foto irás al enlace de la página web de LA ENREDADERA donde puedes colaborar con nosotr@s.



De momento, te dejo con... tachan tachan... ¡EL SEXTO CAPÍTULO DE LA RADIONOVELA INTERACTIVA DE LA ENREDADERA!

Escucha, escucha...



¡Anímate a participar!

APOLONIA

martes, 29 de noviembre de 2011

EL VALLE DE LAS ROSAS

 No recuerdo de donde saqué esta foto...



Muchos nos dijeron que era una leyenda, pero allí estaba: habíamos conseguido llegar al Valle de las Rosas. La vida parecía haberse detenido en aquel lugar.

Éramos tres: Todor, Mira y yo. Habíamos caminado por el interior del bosque de la ladera Norte de la cordillera, alejados del camino, tal y como nos indicó aquel abuelo en el hostal de la ciudad. Tuvimos que subir un poco para tener buena vista. La aldea de la que nos había hablado, la única aldea, estaba justo en el centro. Parecía como escondida del mundo, rodeada de campos, con tres calzadas empedradas que salían de ella y terminaban en el comienzo de los desniveles. Ninguna se dirigía hacia el desfiladero sobre el cual estábamos, y que era el único acceso viable, a no ser que se atravesaran los picos. Tras mirar un buen rato con los prismáticos, estuvimos de acuerdo en que parecía un viaje en el tiempo además de en la distancia: calles polvorientas, mujeres con pañuelos en la cabeza, hombres vestidos de negro reunidos en la plaza, y carretas tiradas por burros, como si hubiésemos retrocedido un siglo.

Empezaba a anochecer. El atardecer pretendía rivalizar en colores con los campos sembrados de flores rojas. Decidimos que lo mejor era buscar un sitio para dormir, así que cruzamos el cañón que daba entrada al valle y nos adentramos en los campos. Nos desviamos en dirección a las montañas, en busca del abrigo de los árboles y de lo que nos había parecido una cueva. Las cumbres estaban cubiertas de hielo. Mira y yo nos sorprendimos la una a la otra con la vista fija en ellas, como embobadas, abstraídas en su peculiar antropomorfismo. Todor se dio cuenta de nuestra extrañeza y comenzó a hablar. Su voz a medio tono, grave, nos acompañó hasta que alcanzamos la cueva, que parecía perfecta, y era mucho más grande de lo que habíamos supuesto. Nos contó que había un mito, el de dos hermanos, hermano y hermana, enamorados, que fueron convertidos en aquellas montañas por haberse atribuido los nombres de los dioses más grandes: Juno y Júpiter.

Montamos el campamento enseguida. Mientras comíamos algo nos dimos cuenta de que era muy poca la información que teníamos de aquel sitio y de sus gentes. Sólo que no querían saber nada de lo que ocurría fuera de allí, pero que se mostraban muy hospitalarios con los forasteros. Tan sólo queríamos conseguir algo del aceite de rosas que salía de aquel valle. En ningún otro lugar, ni siquiera con la misma variedad de flor, se había conseguido tan puro y de tan elevada calidad. Aquella gente vivía a su ritmo y no habían querido comercializarlo en grandes cantidades, así que si querías una muestra, tenías que ir a por ella. Pensamos que lo más prudente era bajar al pueblo por la mañana, mediada la mañana. Buscaríamos alguna casa donde nos acogieran y diríamos que estábamos interesados, además de en el aceite, en los mitos del lugar. En uno de los mapas que teníamos, el valle no era “de las rosas” sino “de Orfeo”, y la aldea no tenía el nombre impronunciable que aparecía en el letrero junto a la carretera, sino que se llamaba “aldea de Dionisio”, así que empezaríamos por allí.

A pesar de que no era tarde y de que estábamos acostumbrados a tener mucha actividad, empezamos a sentirnos pesados, con el cansancio asentado en el cuerpo y en la cabeza. Poco a poco dejamos de hablar. Empezó a hacer frío y la humedad, que hacía brillar las paredes de la cueva, hacía que nos dolieran los huesos y que las sombras fueran como de película de terror. No era ni media noche cuando el silencio se apoderó por completo de nosotros. Fue una noche mala: pesadillas, congojas y ansiedades. Incluso llantos contenidos. Mucho después de amanecer todavía estábamos metidos en los sacos, con temor, agitados y llenos de angustia.

A mitad de mañana unos tambores empezaron a sonar. Parecían venir del pueblo. No tardaron en escucharse voces que bajaban de la montaña. Eso nos dio el valor suficiente para ponernos en marcha. Queríamos ser discretos, pero nuestras ropas no se parecían en nada a las de aquella gente, así que nada más aparecer en la puerta de la cueva llamamos la atención como pavos reales con la cola extendida. Una mujer de edad indefinida se acercó a nosotros y empezó a hablar muy deprisa. Sólo Todor entendía lo que decía, y no muy bien, pues su lenguaje era abundante en expresiones locales. Nos increpaba con movimientos de las manos y gestos de prisa para que la siguiéramos al camino. Sin embargo algo de lo que dijo hizo que Todor volviese a la entrada de la cueva, aunque no entró, sino que la bordeó hasta el otro extremo, y lo seguí. A nuestros pies se abría una profunda garganta. La mujer había dicho que debajo de la cueva estaba la garganta del diablo, la gruta por la que se descendía al infierno. Por eso intentaba alejarnos de allí. Sentí vértigo y un frío extraño. Me costó un rato entrar en calor, a pesar de que el sol calentaba fuerte. Mientras caminábamos junto a ella hacia el pueblo, aquella campesina de flores se llevaba las manos a la cabeza y nos llamaba locos. Aquel valle, el valle de las rosas, era el valle de Orfeo, porque Orfeo no era hijo de Apolo, sino uno de los reyes que habían tenido. Su tumba estaba excavada en la roca a unos quince Kilómetros de la aldea. Habíamos dormido en la cueva donde lo despedazaron las ménades, justo encima de la gruta por donde bajó al Hades en busca de Eurídice. El único lugar maldito de todo el valle. Sin embargo, los campos estaban llenos de la música de su lira y los efluvios de su sobrenatural voz, así que todo el mundo era por allí feliz, amable y de buen talante, siempre que no se acercara a donde nosotros habíamos pasado la noche.

Los tambores anunciaban el comienzo de una boda, que iba a durar cinco días, y a la cual, por supuesto, estábamos invitados. Rechazarlo no era una opción: sería un insulto.
Estábamos frente a la excusa perfecta para nuestro propósito.

Enseguida nos acogieron como si fuésemos del pueblo. Nos agasajaron, nos vistieron de fiesta, fuimos presentados a todos y asistimos a una ceremonia en la que la novia llevaba una máscara puesta para evitar el mal de ojo. Rosas por todas partes. Todo olía a rosas y a incienso de maderas. Fueron cinco días de cordero a la brasa, pan redondo, hojas de col rellenas de remolacha, gratinado de patatas, huevos y cebolla con hierbabuena y alubias gigantes. Cinco días de culto a la música y a Orfeo, donde éramos uno más, y aún con las barrigas llenas, fuimos capaces de escuchar y aprendimos el secreto de las flores. Cinco días con sus cinco noches de culto a Baco, (o Dionisio, como lo llamaban ellos), llenas de ritos licenciosos y orgiásticos, donde aprendimos quienes éramos. Ninguno de nosotros ha regresado.

APOLONIA

martes, 22 de noviembre de 2011

EL VESTIDO AMARILLO

Acuarela de JUAN DIAZ ALMAGRO

Tengo dos días de viaje hasta Pernisom. Eso si consigo una nave en condiciones y no me han anulado la acreditación de miembro libre de la agrupación. Pongamos un día para conseguir la nave, otro día para equiparla y ponerla a punto, los dos día de viaje, y al menos otro día más para estudiar el terreno y planear el rescate. No, rescate no. Fuga. La palabra es fuga. Suman cinco. La ejecutan dentro de una semana, así que muy feas se tienen que poner las cosas para no llegar a tiempo. Cuento con Urma y Jesa para pilotar. Tamer se infiltrará al llegar: se las sabe todas. Sin él no habríamos podido conseguir el maldito Transportador Bitemporal. Mi dulce Iria. Cuanto siento no haber estado a la altura. Si te hubiese escuchado quizás no estarías ahora a punto de morir. Me siento como un idiota cuando recuerdo el día en el que viniste nerviosa, con la cara enrojecida porque habías corrido hasta casa. Esperaste a que sonara el toque de queda para decirme con los ojos que tenías algo que contarme. Yo supuse que te habrían aumentado el cupo de provisiones, o te habrían premiado con algún viaje a la luna Juterma, a descansar en los balnearios de los barros azules, o que te habrían concedido comunicaciones extras con los satélites Mirilan para hablar con tus padres y tu hermana. Después de cenar en silencio seguiste la rutina de todos los días, pero sin dejar de lanzarme miradas apremiantes. Sonreías con los ojos. Sólo cuando estuviste segura de que todo estaba dormido, te levantaste despacio, lo sacaste de tu bolso, donde estaba doblado sobre sí mismo infinitas veces, y me lo enseñaste. Era un vestido: un vestido amarillo, de tela suave, muy ligera, vaporosa, que te pusiste en la penumbra de la habitación. Las pocas luces que entraban por la ventana, procedentes de los focos de contención de las azoteas cercanas, acompañaron tu silenciosa danza alrededor de la cama. Estabas preciosa. Y yo fui un idiota, porque sólo supe asustarme, preocuparme de que pudieran verte así, con ese vestido amarillo, así que te pedí con gestos que te lo quitaras enseguida. ¿De dónde lo habías sacado? ¿Quién te lo había conseguido? ¿En qué sitios habías estado? Me aterraba tu sonrisa de felicidad. El amarillo es tu color. Me decía: no, no, no. Porque aquello era infringir la ley de mil maneras. Pero a ti no te importaba. Te pusiste un dedo sobre los labios en señal de silencio, subiste a horcajadas sobre mí, cogiste mis manos y me hiciste acariciarte a través del vestido. Te inclinaste y, arriesgándote a ser oída, me dijiste en un susurro que no pensabas quitártelo, que te lo quitara yo, pero que lo que querías era echar un polvo con él puesto. Yo no podía creer lo que estaba pasando. Aquel vestido te había vuelto atrevida y primitiva. Conseguiste contagiarme a pesar de mi autocontrol. Me regalaste la noche perfecta. Pero cuando quisiste contarme, cuando quisiste compartir conmigo tu secreto, te pedí que te deshicieras de él. Era demasiado arriesgado. No dijiste nada. Sólo volviste a ser la de antes. A los pocos días se filtró la información de que alguien había conseguido utilizar la energía de la brecha Bitemporal que rasgaba el agujero negro de Nadei, y que habían construido un transportador. Nunca imaginé que tú pudieras tener algo que ver con eso. Ni se me pasó por la cabeza que el vestido amarillo podía tener la más mínima relación con algo así. Empezaron a correr rumores sobre gente que había desaparecido, sobre extraños artilugios en el mercado negro, sobre detenciones en las afueras, luces extrañas en algunas zonas despobladas, y sobre esperanza, una palabra que carecía de significado entonces para mí. Yo no hice mucho caso de todo aquello. Seguí con mi vida como siempre, pero tú estabas muy rara. Fui un idiota porque pensé que estabas enferma, así que te dije que deberías ir al médico. Me agarraste fuerte por la muñeca y me miraste con intensidad, sin pestañear, como si quisieras entrar dentro de mi cabeza, pero creyéndote febril yo te mandé a la cama con una aspirina. Al día siguiente cuando me desperté ya te habías ido. Al día siguiente te detuvieron. Registraron la casa y encontraron el vestido amarillo. Yo me quería morir. Mi dulce Iria, se que eres fuerte, más que yo, pero también había oído lo que ocurría en los interrogatorios, y me quería morir. Tamer me captó: me encontró, me sacó de la ciudad, me lo contó todo y consiguió hacerme llegar un mensaje tuyo donde me pedías que creyese, donde me decías que me querías, donde me dabas esperanza. Así que aquí estoy, con la intención de ir a buscarte, de no perder esa esperanza que me has regalado, de sacarte de allí y desaparecer contigo en uno de esos pasados bitemporales que otros han construido, dispuesto a emprender este viaje. Quiero salvarte, salvarme contigo. Para cuando regresemos he dejado listo el transportador, con el paso temporal programado, con una maleta llena de vestidos amarillos, para que hace un millón de años, podamos empezar de nuevo.
APOLONIA

sábado, 19 de noviembre de 2011

LA BIBLIOTECARIA


Ilustración de Eduardo Estrada

No había nadie. Sólo estaba ella, sentada en la mesa del fondo, el pelo recogido en un abultado moño, haciéndola parecer mayor, la mirada fija en las páginas de un libro antiguo. El sol entraba por la ventana que había a su espalda, y arrancaba reflejos cobrizos de su pelo, esparciéndolos por los lomos de los libros que atestaban las infinitas estanterías de la biblioteca. Lo miró, ahí parado en la puerta, sin atreverse a ensuciar el suelo con el barro de sus botas. Había venido corriendo desde la obra, estaba sin aliento, no conocía las palabras adecuadas y aquel silencio le intimidaba. Se acercó a él sin apenas mover el aire y le preguntó sin hablar. Se lo dijo casi con brusquedad, con prisas, pero la expresión en su cara no cambió. Señalándole la silla más cercana con la mano extendida y los ojos le pidió que se sentara, que la esperase. No podía cerrar la biblioteca sin más. Ya no faltaba mucho para la hora. Se dirigió despacio a la mesa del fondo de nuevo, se sentó en el mismo lugar en el que estaba antes de que la interrumpiera, cerró el libro, puso las manos sobre él y clavó la vista en un punto indeterminado de la estantería de historia. No podía dejar de mirarla mientras estrujaba la gorra bajo la mesa. Procuraba que no le temblaran las piernas, pero no podía evitarlo, y cada poco rato tenía que poner las manos sobre las rodillas para frenarlas. Por fin se escuchó a lo lejos el reloj del Ayuntamiento. Uno, dos, tres, hasta ocho. Cuando terminó de alejarse el eco de la última campanada, se levantó, dejó el libro en su sitio, bajó las persianas, comprobó dos veces que todas las ventanas estuvieran bien cerradas, apagó la calefacción, se puso el abrigo, revisó el bolso, comprobó que había apagado la calefacción, y le dijo que ya podían irse. Mientras giraba la llave en la cerradura, sin apartar la vista de ella, y sin cambiar la expresión de su cara, le preguntó: Y ¿cómo dices que ha muerto mi marido?.

APOLONIA

martes, 15 de noviembre de 2011

JITANJÁFORA 22: NOVELA NEGRA

Domingo, 13 de NOVIEMBRE de 2011
El VIGÉSIMO SEGUNDO programa. 
NOVELA NEGRA

¿Conoces la novela negra?
¿Sabes dónde y por qué surgió este sub-género literario?
¿Sabes qué la diferencia de la novela policíaca?
¿Sabes por qué se llama "novela negra"?

PETER MAY: "La novela negra es una exploración del alma humana" 
 
De fondo, la música de la banda sonora de la película "CHINATOWN". Muy recomendable.



DADLE AL PLAY:


CUENTO
(Música de fondo La mer de Debussy )

La guitarra
por Apolonia
Allí todos sabían tocar. Por eso el verdadero concierto empezó después, en los camerinos, alrededor de la mesa llena de latas de cerveza y porciones de pizza a medio comer. Las tres habitaciones y el pasillo que llevaba a las duchas del complejo, estaban atestados de gente. Amigos de amigos y fans, algunos ni siquiera habían pagado entrada, con el pase al back stage conseguido a golpe de teléfono para tener cena gratis. Ella nunca había estado en un sitio así. Nunca tras el escenario, nunca después de una actuación, nunca con ese tipo de gente. Se sintió decepcionada porque esperaba otra cosa, como bebidas caras, sillones de cuero negro y trajes de diseño. Aprovechó que nadie le hacía caso a la comida ni a ella para llenarse la mochila de pastelitos de chocolate y frutos secos. Localizó al amigo de su amiga, el segundo guitarra, , para que le presentara a los demás. Hacía mucho calor a pesar de correr el aire desde el río a través de las ventanas abiertas de par en par. Demasiada gente. Dos besos a cada uno y quítate del medio. Alguien la empujó cuando todos se revolucionaron al llegar la mujer del cantante. Traía un regalo de cumpleaños: la carísima guitarra que desaparecería más tarde. Otro empujón. Esta vez se hizo daño en la pierna con el canto de la mesa. No se quedó mucho rato. Tampoco tenía nadie con quien conversar, ni siquiera con el amigo de su amiga, porque lo había conocido aquella misma tarde, poco antes de que abrieran las puertas del concierto. Además, le agobiaban las risas exageradas por el alcohol y las drogas. La música que venía de alrededor de la mesa, no compensaba el ruido, ni tampoco la presencia de tantos babosos faltos de sexo. Se sentía invisible, fuera de lugar, por eso alrededor de media noche ya estaba en casa, así que no, no sabía cómo ni cuando podía haber desaparecido la guitarra, que ni siquiera había llegado a ver con el tumulto. Sentía que el tal “Lini”, que para ella no era “Lini”, sino el Tomás, el amigo de su amiga, hubiera aparecido ahogado en el río dos días después, y sí, era muy fan del cantante y del primer guitarra, pero ella de guitarras entendía lo mismo que de fontanería, o sea nada.

No la entretuvieron mucho. Estaban interrogando a todos los que estuvieron aquella noche en los camerinos de “Las Playas”, pero ella no era sino una fan a la que habían colado y que tan sólo quería que le presentaran a los del grupo. Casualidad que tuviera una amiga en común con el segundo guitarra, casualidad que fuera el muerto. Desde luego, aquella universitaria de vaqueros y mochila, con el pelo recogido en una coleta y sin la más mínima presencia de maquillaje en la cara, no parecía sino lo que era: una cría.

Volvió despacio, dando un paseo. Antes de subir al piso decidió tomarse un vino con la camarera del bar de abajo y contarle como le había ido por comisaría. Cuando empezó a llegar el rebaño habitual, se despidió con una excusa: tenía la casa demasiado desordenada. Al entrar por la puerta se le echó encima el olor a cerveza y tabaco. Se miró con un mueca en el espejo del recibidor, lanzó el bolso a un sillón y se tiró sobre el sofá con el mando de la tele en la mano. En ningún canal había nada que le apeteciese ver, así que la apagó. Recorrió la habitación con la mirada. Pensó que la excusa era una certeza, porque tenía que darle un buen repaso a la casa. Después de los últimos días parecía una mezcla entre puesto de ropa en el rastro y barra comunitaria en las fiestas del barrio, con la ropa tirada de cualquier manera por todas partes, comida, latas y platos sucios en cada rincón. Pero encima de la mesa grande no había ni desorden ni suciedad. Se levantó y se acercó a ella. Al levantar la guitarra y leer el pos-it rosa que había pegado en ella, una sonrisa imprecisa se dibujó en su cara: “Para la más bonita. De tu Lini”.


Nos despedimos escuchando "Satin Doll" de Duke Ellington
¡Os espero en la próxima jitanjáfora!

¡¡Besiños!!
APOLONIA

RADIO NOVELA INTERACTIVA DE LA ENREDADERA CAPÍTULO 5

¡Ya está aquí el quinto episodio!
¡qué risas, qué nervios, qué asesinato...!, jejeje.

En “La J15MJ: el amor no entiende de clases”, el debate, la pasión, los enredos, el facherío y ¡hasta un asesinato! se encontraron a partes iguales. Felicitaciones desde aquí a Pati, Pep4, Robin Jud, XCar, Mari Mar, Carlos y Pum porque lo hacen cada vez mejor y ¡engancha la historia!.

¡¡A tí, que nos escuchas y lees te toca poner un comentario para decirnos cómo quieres que siga esta historia!! ¡Cualquier aportación será bien recibida! En una semana, cogeremos todas las sugerencias y elaboraremos el 6º episodio. Ya sabes, en la web de la enredadera nos puedes dejar tus ideas.

Si pinchas en la foto irás al enlace de la página web de LA ENREDADERA donde puedes colaborar con nosotr@s.



De momento, te dejo con... tachan tachan... ¡EL QUINTO CAPÍTULO DE LA RADIONOVELA INTERACTIVA DE LA ENREDADERA!

Escucha, escucha...




¡Anímate a participar!

APOLONIA

martes, 8 de noviembre de 2011

LOS ÁNGELES DE XCHARLIE


Con paso firme llegaron las tres a La Noche Sin Techo de Ateca. Dos morenas y una pelirroja. Una melena larga en dos coletas y dos melenas cortas. Pantalones y botas. Porque siempre están a favor de ir cómodas sin dejar de sentirse estupendas. Eran Vampi, Volvoreta y Pumpy. Vampi corrió tras un pavo real, porque siempre está a favor de una buena foto, Volvoreta se quedó en la puerta fumando, porque siempre está a favor de echar un cigarrillo, y Pumpy entró dentro porque siempre está en contra de pasar frío. No tardaron mucho en ser inmortalizadas en el mural que dibujaban Moratha, XCar y Crucis. Primera viñeta, las tres, paso firme, llegando, felices, porque siempre están a favor de las fiestas, bautizadas como… tachán, tachán, … ¡los ángeles de Charlie!. Una X convirtió a XCar en el hombre invisible gracias a Vampi. Pasaba el rato. Ellas vigilaban los tebeos mientras viñeta tras viñeta eran representadas cada vez más borrachas. Encantadas por la vanidad de ser elegidas como musas, no dejaban de reir a pesar de estar siendo inmortalizadas como beodas, pues siempre están a favor del atopismo, como admiradoras que son del insigne Chefo. Y también quedaron encantadas con el arte del que hicieron gala los pekes del lugar poniéndoles parches, dejándolas tuertas y vistiéndolas de colores imposibles cuando pintaron el mural. Ellas les acercaban los rotuladores y les animaban, porque siempre están a favor de la imaginación y la magia de inventar.

No por cansancio ni aburrimiento fue que se marcharan antes de la cena. Pumpy conducía, así que no podía emular la borrachera representada en el papel. Vampi y Volvoreta, solidarias, tampoco bebieron y regresaron con ella, porque aunque siempre están a favor de una buena fiesta, están siempre en contra de que sus amigos no puedan disfrutar de ella.




APOLONIA