Nunca se olvida el arte de tejer mundos en las estrellas,
de tener la luna dentro de la cabeza...
y en mi cabecita siempre hay luna llena...

martes, 27 de septiembre de 2011

RADIO NOVELA INTERACTIVA DE LA ENREDADERA CAPÍTULO 1

¡Empieza la nueva temporada con proyectos nuevos!
Y no se no has ocurrido nada mejor que ¡HACER UNA RADIONOVELA!
Eso sí, queremos que participéis, que nos ayudéis con los guiones, a buscar título, a seguir con la historia.

Si pinchas en la foto irás al enlace de la página web de LA ENREDADERA donde se explica todo.



De momento, os dejo con... tachan tachan... ¡EL PRIMER CAPÍTULO DE LA RADIONOVELA INTERACTIVA DE LA ENREDADERA!


¡Anímate a participar!

APOLONIA

JITANJÁFORA 18: EL ULYSSES DE JOYCE

Domingo, 18 de SEPTIEMBRE de 2011
El DECIMOOCTAVO programa. 
ULYSSES DE JOYCE

DADLE AL PLAY:





James Joyce
La caricatura es de AQUÍ

Este domingo, primer domingo de la temporada, quise empezar fuerte. Y no me quedó el programa que yo quería. Porque lo que quería era desmitificar ese monstruoso libro que es el Ulysses de Joyce, pero los nervios de que hacía mucho que no me ponía ante el micro, hicieron que se me fuera el tiempo de las manos. Aún así, algunos que lo han escuchado se han interesado, y ya conozco un par que han decidido leerlo. Pese a todas las dificultades que conlleva la lectura de esta obra, puedo aseguraos que es un libro divertido. Simplemente habéis de enfrentaos a su lectura con ganas de aprender de las palabras y la suficiente humildad como para no intentar entender todos los juegos y alusiones. Pensad, si lo leéis en español, que ya sólo en la traducción se habrán perdido infinidad de notas. Notas sí. Porque es una lectura musical. Espero que os animéis si no lo habés leído ya.

De fondo, la música de "The dead", maravillosa película basada en el último cuento del libro "Dublinesses", también de Joyce, y también muy recomendable.


AQUÍ tenéis un enlace a la escena final de la película.

CUENTO
(Música de fondo La mer de Debussy )

SU PADRE FUE PILOTO
Para mi querido y admirado Carlos Azagra



“Mi padre fue aviador. Piloto de combate. Sí, piloto de combate. Y también comisario de policía”.
 
Tras releer lo escrito, un borrón sobre el papel. No le gusta. Algo no le gusta. Algo sobra y mucho falta. Sobra la sensación de vértigo en el estómago, aunque no podrá con las ganas de desayunar. Lo que falta es que no parezca que se atropellan las ideas. Las palabras, de vez en cuando, acercan penumbras que creíamos más lejanas, dejándose con frecuencia parte de la información entre líneas.

Son las siete de la mañana. No importa la hora a la que se acueste: a las siete de la mañana ya está levantado, cada día, frente a la mesa, con el ordenador encendido y el lápiz en la mano. La casa huele a café, a mermelada de mora, a tostadas con mantequilla, al despertar de la ciudad, y en los días despejados, si la brisa se siente generosa, incluso al salitre cercano. El perro, tumbado en el suelo junto a su silla, disfruta del silencio mientras espera el momento de bajar a la calle. Antes de que el resto se levante, no ladrará, ni aunque se pose alguna paloma en las tomateras de la ventana.
 
Echa la silla hacia atrás, inclina la cabeza hacia arriba, con el pie se balancea despacio, cierra los ojos, pone los brazos en el cuello y deja que las imágenes de los recuerdos le invadan. Pasan unos minutos. Algo en su cabeza se reordena, como un puzzle de infinitas piezas. Las palabras acuden sin prisa, porque la prisa desapareció de su vida hace tiempo. Brotan sin esfuerzo, así que, para no perderlas de nuevo en la memoria, coge otra vez el lápiz, y comienza a vestir con ellas, sobre el papel, los relieves de la vieja mesa, llena de cosas, cubierta de recortes, de revistas, de libros y de recuerdos de todo tipo. Apoyada sobre la pared, inclinada sobre las sombras de la primera luz, está la foto que las inspira.
“Sí, piloto de combate. Con un FIAT CR-32, alias “Chirri”, su cazadora de piloto, sus gafas de piloto y su corazón de piloto, surcó el mismo cielo que yo puedo ver ahora desde mi ventana. El mismo que me hace libre cuando me siento en la playa frente a las olas a observar el mar. Mi padre también fue comisario de policía, cuando aparcó sus aviones, el FIAT y el BUCKER en Morón de la Frontera”.

Ahora estoy aquí, tumbada en mi sofá, mientras escribo esto en mi cuaderno, pero aquel día estaba en su casa. Aquí, ahora, estoy acompañada por el sonido del viento contra todo. Hay un andamio frente a la ventana que no para de protestar, que no deja de luchar para no caer ante las embestidas del furioso Cierzo. ¿Por qué está tan furioso? O ¿será otro algo o alguien enfadado quién lo envía con la intención de torturar equilibrios y corduras? Es cruel el Cierzo. Ahora estoy aquí, tumbada, haciendo preguntas tontas a nadie, pero aquella mañana estaba en la habitación del fondo, en su casa, y no había viento cruel, sino brisa generosa. Estaba en la habitación de al lado del baño del fondo, el que tiene la ducha con el suelo de pequeños cuadrados oscuros de baldosa, pequeños y cuadrados, como los que decoraban las piscinas de los baños árabes de Granada el verano que fui a su otra casa. Pero esa es otra historia, que pertenece a otro tiempo que no es ahora, aunque está encadenada con esta y con muchas otras que tienen que ver con él. 
 
Aquella mañana, la mañana en que fotografié la fotocopia de una foto coloreada con rotulador, de un piloto de combate, comisario de policía más tarde, tomada en Morón de la Frontera, en marzo de 1944, él ya estaba levantado a las siete de la mañana. A las siete de la mañana ya estaba frente a la mesa, con el ordenador encendido y el lápiz en la mano.
Silencio. Sólo se escuchaba silencio, sólo se tocaba silencio, se saboreaba silencio, y olía a silencio cuando salí de la habitación del fondo, por el pasillo, hacia el salón. Caminaba despacio, trataba de amortiguar los pasos para no romper con ruido la mañana, el libro en la mano y la certeza de que él llevaba horas levantado. El perro vino a mi encuentro con el rabo en loca danza de derecha a izquierda. Quería caricias y las consiguió. Estaba feliz. Yo también estaba feliz. Llegué al salón y lo vi allí sentado, en la habitación de enfrente, abarrotada de cosas, la puerta abierta de par en par, sentado frente a su mesa, el ordenador encendido y el lápiz en la mano. Con nuestras voces comenzó el movimiento de la casa: los buenos días, las caras de sueño, el sonido del agua en las duchas, el ir y venir de la cocina al salón, de los baños a las habitaciones. El perro ladraba e iba de uno a otro en busca de manos y piernas, en busca de calor. La casa olía a café, a mermelada de mora, a tostadas con mantequilla, al despertar de la ciudad, y al salitre cercano.
 
Aquella mañana, la mañana en que me mostró las maquetas de los aviones que había pilotado en combate su padre el comisario, fuimos a la playa. Bandera amarilla. Las olas nos revolcaron a todos, una y otra vez. Arena en todos los pliegues del cuerpo. Me besé los hombros una y otra vez para disfrutar el sabor del salitre. Se reían de mi ocurrencia. Y aquí tumbada en mi sofá naranja, si cierro los ojos, huelo los colores de la luz sobre el agua, soy capaz de saborear de nuevo las sonrisas y la paz, mi piel siente el calor del sol, y mi mente descubre detalles que aquel día no vi ni escuché.

Aquella mañana me contó la historia de su padre. Siempre vuelvo a mi casa de la suya con historias. Y con el olor del café, la mermelada de mora y las tostadas con mantequilla.
 
APOLONIA


Nos despedimos escuchando "Satin Doll" de Duke Ellington. ¡Feliz verano a todos!

¡Os espero en la próxima jitanjáfora!

¡¡Besiños!!
APOLONIA