Nunca se olvida el arte de tejer mundos en las estrellas,
de tener la luna dentro de la cabeza...
y en mi cabecita siempre hay luna llena...

martes, 22 de noviembre de 2011

EL VESTIDO AMARILLO

Acuarela de JUAN DIAZ ALMAGRO

Tengo dos días de viaje hasta Pernisom. Eso si consigo una nave en condiciones y no me han anulado la acreditación de miembro libre de la agrupación. Pongamos un día para conseguir la nave, otro día para equiparla y ponerla a punto, los dos día de viaje, y al menos otro día más para estudiar el terreno y planear el rescate. No, rescate no. Fuga. La palabra es fuga. Suman cinco. La ejecutan dentro de una semana, así que muy feas se tienen que poner las cosas para no llegar a tiempo. Cuento con Urma y Jesa para pilotar. Tamer se infiltrará al llegar: se las sabe todas. Sin él no habríamos podido conseguir el maldito Transportador Bitemporal. Mi dulce Iria. Cuanto siento no haber estado a la altura. Si te hubiese escuchado quizás no estarías ahora a punto de morir. Me siento como un idiota cuando recuerdo el día en el que viniste nerviosa, con la cara enrojecida porque habías corrido hasta casa. Esperaste a que sonara el toque de queda para decirme con los ojos que tenías algo que contarme. Yo supuse que te habrían aumentado el cupo de provisiones, o te habrían premiado con algún viaje a la luna Juterma, a descansar en los balnearios de los barros azules, o que te habrían concedido comunicaciones extras con los satélites Mirilan para hablar con tus padres y tu hermana. Después de cenar en silencio seguiste la rutina de todos los días, pero sin dejar de lanzarme miradas apremiantes. Sonreías con los ojos. Sólo cuando estuviste segura de que todo estaba dormido, te levantaste despacio, lo sacaste de tu bolso, donde estaba doblado sobre sí mismo infinitas veces, y me lo enseñaste. Era un vestido: un vestido amarillo, de tela suave, muy ligera, vaporosa, que te pusiste en la penumbra de la habitación. Las pocas luces que entraban por la ventana, procedentes de los focos de contención de las azoteas cercanas, acompañaron tu silenciosa danza alrededor de la cama. Estabas preciosa. Y yo fui un idiota, porque sólo supe asustarme, preocuparme de que pudieran verte así, con ese vestido amarillo, así que te pedí con gestos que te lo quitaras enseguida. ¿De dónde lo habías sacado? ¿Quién te lo había conseguido? ¿En qué sitios habías estado? Me aterraba tu sonrisa de felicidad. El amarillo es tu color. Me decía: no, no, no. Porque aquello era infringir la ley de mil maneras. Pero a ti no te importaba. Te pusiste un dedo sobre los labios en señal de silencio, subiste a horcajadas sobre mí, cogiste mis manos y me hiciste acariciarte a través del vestido. Te inclinaste y, arriesgándote a ser oída, me dijiste en un susurro que no pensabas quitártelo, que te lo quitara yo, pero que lo que querías era echar un polvo con él puesto. Yo no podía creer lo que estaba pasando. Aquel vestido te había vuelto atrevida y primitiva. Conseguiste contagiarme a pesar de mi autocontrol. Me regalaste la noche perfecta. Pero cuando quisiste contarme, cuando quisiste compartir conmigo tu secreto, te pedí que te deshicieras de él. Era demasiado arriesgado. No dijiste nada. Sólo volviste a ser la de antes. A los pocos días se filtró la información de que alguien había conseguido utilizar la energía de la brecha Bitemporal que rasgaba el agujero negro de Nadei, y que habían construido un transportador. Nunca imaginé que tú pudieras tener algo que ver con eso. Ni se me pasó por la cabeza que el vestido amarillo podía tener la más mínima relación con algo así. Empezaron a correr rumores sobre gente que había desaparecido, sobre extraños artilugios en el mercado negro, sobre detenciones en las afueras, luces extrañas en algunas zonas despobladas, y sobre esperanza, una palabra que carecía de significado entonces para mí. Yo no hice mucho caso de todo aquello. Seguí con mi vida como siempre, pero tú estabas muy rara. Fui un idiota porque pensé que estabas enferma, así que te dije que deberías ir al médico. Me agarraste fuerte por la muñeca y me miraste con intensidad, sin pestañear, como si quisieras entrar dentro de mi cabeza, pero creyéndote febril yo te mandé a la cama con una aspirina. Al día siguiente cuando me desperté ya te habías ido. Al día siguiente te detuvieron. Registraron la casa y encontraron el vestido amarillo. Yo me quería morir. Mi dulce Iria, se que eres fuerte, más que yo, pero también había oído lo que ocurría en los interrogatorios, y me quería morir. Tamer me captó: me encontró, me sacó de la ciudad, me lo contó todo y consiguió hacerme llegar un mensaje tuyo donde me pedías que creyese, donde me decías que me querías, donde me dabas esperanza. Así que aquí estoy, con la intención de ir a buscarte, de no perder esa esperanza que me has regalado, de sacarte de allí y desaparecer contigo en uno de esos pasados bitemporales que otros han construido, dispuesto a emprender este viaje. Quiero salvarte, salvarme contigo. Para cuando regresemos he dejado listo el transportador, con el paso temporal programado, con una maleta llena de vestidos amarillos, para que hace un millón de años, podamos empezar de nuevo.
APOLONIA

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