Los tres chavales picaron y aceptaron la apuesta. Se rieron con ganas de Carlos, porque estaban muy seguros de que no sería capaz de ligarse a la camarera, y mucho menos de tirársela como afirmaba. La conocían bien. Ellos eran del pueblo, y Carlos sólo un forastero que andaba de paso. Se lo tenía muy creído. Sabía mucho de música y de cómo beber birras, pero lo que no sabía es que aquella tía, que sólo estaba tras la barra los fines de semana por echarle una mano al dueño y beber gratis, estudiaba en la universidad y se había echado un novio allí en la ciudad. Desde entonces, aunque todos la perseguían, nadie había conseguido nada que no fueran aquellas sonrisas con las que acompañaba las copas.
Se pusieron los cuatro a comentar lo buenísima que estaba. Una pelirroja con mallas de colores y el pelo en dos trenzas hasta la cintura, hippie tras la barra de un bar heavy, no podía pasar desapercibida. Luego irían a buscar a los otros, que estaban con la partida de futbolín. No les perdonarían si no los avisaban de que esa noche era ella la que ponía las cervezas.
Decidieron caldear un poco el ambiente y pidieron unas jarras con chupito dentro, unos submarinos de peppermint. Mientras se los bebían le decían a Carlos que era un pringao, que no tenía la más mínima posibilidad, que la tía era muy maja, pero que le sonreía a todo el mundo. Sin embargo, Carlos se terminó de trago la cerveza, los miró con sorna y se fue a la esquina donde ella trasteaba con los vinilos.
Se acercó preguntándole algo sobre el disco que sonaba en ese momento. Desplegó toda su sabiduría musical y le dijo que la invitaba a tomar algo. Ella aceptó sin remilgos, le sonrió, puso una botella sobre la barra y le preguntó qué disco quería que le pusiera a cambio. Hablaban por debajo del sonido de la música, con lo cual los tres chavales no podían oír lo que decían. Sólo cogían algunas palabras sueltas, con las que no podían saber cómo iba la cosa. Lo que les llegaba bien claro eran las carcajadas de ella, pero siempre se reía con ganas, así que eso no significaba nada.
Dos chupitos de tequila y muchas risas después, Carlos la dejó con los discos y se acercó de nuevo a ellos. En la cara llevaba escrito “ya está hecho”. Los tres lo miraron y se rieron. La tía sólo había sido agradable con él y se había echado unos tragos a su costa. La llamaron para pedirle otra ronda. Esta vez los submarinos que fueran de wisky, que pagaba el forastero, por pringao y por fantasma. Pero tuvieron que pagar ellos, además de tragarse todo lo que habían dicho, porque la camarera se acercó contoneándose, con ojos sólo para Carlos, y le dijo que estaba sola en casa esa noche, que lo invitaba, que quería comprobar si era capaz de hacer lo que le había contado.
Empezó a llegar gente. Ellos, todavía sin recuperarse de la sorpresa, no dejaban de pedirle detalles de cómo lo había hecho. ¿Qué le había dicho?. Después de cobrar la apuesta y fanfarronear un rato, se apiadó de ellos y les dijo que él era el novio de la pelirroja, que les habían tomado el pelo. Habían aprovechado el que no lo conocía nadie, porque era la primera vez que iba al pueblo. La camarera se dio cuenta de la confesión y puso una gratis para suavizar la noticia.
Los tres, más torcidos que otra cosa por las cervezas y los chupitos de más, pero no enfadados, se fueron a buscar a sus amigos al futbolín. Llevaban idea de recuperar lo perdido. Si ellos habían tragado, tragaría cualquiera. Para cuando volvieron al bar, no estaban ni Carlos ni ella, y encima tuvieron que aguantar las bromas del dueño, que a partir de entonces no les dejó olvidarse de que les había timado un heavy de ciudad.
Se pusieron los cuatro a comentar lo buenísima que estaba. Una pelirroja con mallas de colores y el pelo en dos trenzas hasta la cintura, hippie tras la barra de un bar heavy, no podía pasar desapercibida. Luego irían a buscar a los otros, que estaban con la partida de futbolín. No les perdonarían si no los avisaban de que esa noche era ella la que ponía las cervezas.
Decidieron caldear un poco el ambiente y pidieron unas jarras con chupito dentro, unos submarinos de peppermint. Mientras se los bebían le decían a Carlos que era un pringao, que no tenía la más mínima posibilidad, que la tía era muy maja, pero que le sonreía a todo el mundo. Sin embargo, Carlos se terminó de trago la cerveza, los miró con sorna y se fue a la esquina donde ella trasteaba con los vinilos.
Se acercó preguntándole algo sobre el disco que sonaba en ese momento. Desplegó toda su sabiduría musical y le dijo que la invitaba a tomar algo. Ella aceptó sin remilgos, le sonrió, puso una botella sobre la barra y le preguntó qué disco quería que le pusiera a cambio. Hablaban por debajo del sonido de la música, con lo cual los tres chavales no podían oír lo que decían. Sólo cogían algunas palabras sueltas, con las que no podían saber cómo iba la cosa. Lo que les llegaba bien claro eran las carcajadas de ella, pero siempre se reía con ganas, así que eso no significaba nada.
Dos chupitos de tequila y muchas risas después, Carlos la dejó con los discos y se acercó de nuevo a ellos. En la cara llevaba escrito “ya está hecho”. Los tres lo miraron y se rieron. La tía sólo había sido agradable con él y se había echado unos tragos a su costa. La llamaron para pedirle otra ronda. Esta vez los submarinos que fueran de wisky, que pagaba el forastero, por pringao y por fantasma. Pero tuvieron que pagar ellos, además de tragarse todo lo que habían dicho, porque la camarera se acercó contoneándose, con ojos sólo para Carlos, y le dijo que estaba sola en casa esa noche, que lo invitaba, que quería comprobar si era capaz de hacer lo que le había contado.
Empezó a llegar gente. Ellos, todavía sin recuperarse de la sorpresa, no dejaban de pedirle detalles de cómo lo había hecho. ¿Qué le había dicho?. Después de cobrar la apuesta y fanfarronear un rato, se apiadó de ellos y les dijo que él era el novio de la pelirroja, que les habían tomado el pelo. Habían aprovechado el que no lo conocía nadie, porque era la primera vez que iba al pueblo. La camarera se dio cuenta de la confesión y puso una gratis para suavizar la noticia.
Los tres, más torcidos que otra cosa por las cervezas y los chupitos de más, pero no enfadados, se fueron a buscar a sus amigos al futbolín. Llevaban idea de recuperar lo perdido. Si ellos habían tragado, tragaría cualquiera. Para cuando volvieron al bar, no estaban ni Carlos ni ella, y encima tuvieron que aguantar las bromas del dueño, que a partir de entonces no les dejó olvidarse de que les había timado un heavy de ciudad.
APOLONIA
5 comentarios:
Oiinchs que bonito y que tiernooo,jajajaja
Tú sí que eres heavy, APOLONIA :-)
Muy buena tu historia, muuuy buena.
Sobre todo por lo imprevisible del desenlace, a mi ... la mente sólo me alcanzaba para suponer que algo le habría contado Carlos a la chica para que le siguiera el juego frente a sus amigos...pero ¡¡su novio!! jo cielo... jajajaja ¡¡mira que eres retorcida tú!! jajaja
Por cierto eso de cerveza con wisky tiene más peligro que un nublado a mi nunca me ha ocurrido porque jamás bebo, ni una cosa ni la otra pero las peores borracheras que he visto en mi vida han sido por culpa de esa mezcla así que...¡¡cuidadín!! :-)
Un beso inmeeeeeeenso cosa bonita
Azagra:
ainss, sobre todo tierno, jajajajajaja
Un besazo Carlos!!!
A ver si nos vemos pronto y celebramos mi cumple a lo grande.
María:
¡Gracias guapetona! Me alegro de que te haya gustado. Además es una historia real... un poquillo literaturizada eso sí, jejejejeje. Y tranquila, que yo ni bebo wisky ni bebo cerveza, soy de vinito y con la tripa llena, jejejejeje.
¡Mil besos!
Esa pelirroja de pálidas carnes...es muy hermosa.
¿Acaso es tambien alérgica al sol?
Ya se que a destiempo, pero...
¿escribes algo ultimamente?
o estamos todos cargando las pilas con la fuerza del calor del verano.
Pues sí Pepín, es también alérgica al sol, aunque este verano, aparte de recargar pilas, ha conseguido coger algo de colorcillo, jajajajajaja
Sólo escribo en el diario, y tengo mil cosas empezadas... el verano ha sido movido.
Espero que nos veamos pronto.
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