Nunca se olvida el arte de tejer mundos en las estrellas,
de tener la luna dentro de la cabeza...
y en mi cabecita siempre hay luna llena...

miércoles, 14 de diciembre de 2011

JITANJÁFORA 23: FERIA DEL LIBRO DE MONZÓN 2011

Domingo, 11 de DICIEMBRE de 2011
El VIGÉSIMO TERCER programa. 
FERIA DEL LIBRO DE MONZÓN

¡Cuánto tiempo!
Casi un mes sin jitanjáfora.
Y es que no he parado, de feria en feria.
Y hoy os traigo unos cuantos libros que me pillé en la feria del libro de Monzón, que tuvo lugar en Monzón los días 3, 4 y 5 de Diciembre. Os cuento acerca de ellos en el audio.
¡Todos geniales!
 

 























































De fondo, la música de la banda sonora de la película "WACHA LOS GÜEROS". Muy recomendable.



DADLE AL PLAY:


CUENTO
(Música de fondo La mer de Debussy )

TRISTES OJOS AZULES
por Apolonia
Mi hambre se alimentó del recuerdo durante el camino. Había comido los botillos y los cocidos de su madre. ¡Ojalá que ella cocinase igual de bien!. Podía masticar el olor, tocar el calor de la cocina y oler el pan untado con tocino de cuando era pequeño. Sin embargo, ella permaneció inmutable durante todo el viaje, sin hablar, con esos ojos azules, tan tristes, fijos en el horizonte del llano. Si no hubiese sido por el ruido de los cascos de su mula habría creído que iba yo solo. Me alegré cuando el tabernero de la encrucijada me dijo que aquella chica iba al mismo sitio que yo. Todavía me alegré más cuando supe de quien era hija. Pero no era muy buena compañía. Cada vez que intentaba conversar con ella, me miraba como si yo fuera transparente, o ni me miraba.

Cuando llegamos era ya de noche. No había vuelto por allí desde que mi padre había decidido, en mala hora, probar suerte en la ciudad. Me sorprendió que todo siguiera igual, como si el tiempo se hubiera parado. La misma arboleda rodeaba la casa, las mismas piedras en el camino que la atravesaba, la misma luna que jugaba al escondite con la sombra de la montaña, y el mismo frío, sin nieve, sin viento, pero capaz de petrificarle a uno los huesos. Nos esperaba un farol encendido en el portalón. Todo estaba en silencio. Ella había dejado de mirar al frente y ahora miraba abajo, hacia el polvo.

A la noche siguiente, tumbado sobre el saco que me hacía de cama, presté oídos a lo que decían los demás. Todos estaban contentos, no sólo por el cocido del medio día, el mejor que habían comido en mucho tiempo, sino porque ella se había acercado al alcornocal por la mañana, no a buscar corcho para las alpargatas como las otras, sino a recoger hojas y bellotas. Se había quedado un rato frente a los árboles del extremo por donde se pone el sol, los más jóvenes, que todavía no habían dado su primera cosecha. Y mientras ella miraba los alcornoques, estos asquerosos atesoraban imágenes para luego masturbarse a su salud.

Todos los días se acercaba por la mañana. Demasiado guapa para andar sola por el campo rodeada de hombres de bragueta floja. Muchas veces le gritaban barbaridades, pero ella nunca se volvía, nunca los miraba, nunca decía nada. Un par de veces tuvo que salir corriendo y volvió sofocada a la cocina por la carrera. Yo la defendía siempre. Me daban pena sus ojos azules, tan tristes. Las otras se reían de ella, y la criticaban. Decían que se le estaba bien, que se sentía superior, que nunca participaba de los chismes, que no se molestaba en acercarse y hacerse amiga suya.

El día que se cayó por las escaleras nos enteramos de que era muda. Lo dijo el médico mientras les echaba una bronca a todas, porque no se había caído por accidente, sino que alguien había tirado aceite justo antes de que tuviera que subir al comedor a servir a los señores, y aunque no tenía daños muy graves, podía haberse abierto la cabeza. Cuando se marchó el médico, la señora fue a su cuarto con un plato de sopa. Estuvo mucho rato. Cuando salió, nos hizo arrancar uno de los alcornoques que miraba por las mañanas y plantarlo en la arboleda. Así pudo seguir echando hojas y bellotas al cocido, que ese era su secreto, sin tener que acercarse al peligro. Si no fuera por su belleza no la habrían perseguido, ni habría despertado las envidias de todas, ni les habría importado que no hablara, ni habría en la arboleda un alcornoque.


Nos despedimos escuchando "Satin Doll" de Duke Ellington
¡Os espero en la próxima jitanjáfora!

¡¡Besiños!!
APOLONIA

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